Para un provinciano llegar a Buenos Aires es siempre una ruidosa experiencia. Edificios altos, muchas luces, mucha gente, ajetreo casi frenético, el tiempo que se esfuma tratando de llegar de un lugar a otro. La gran urbe parece ofrecerlo todo, imponente, hermosa, llena de historia y de oportunidades. Su autosuficiencia parece imprimir en sus habitantes un cierto aire de superioridad con respecto a sus hermanos provincianos, como así también una velada necesidad de destacarse en esa enorme masa que iguala identidades. Este modo de ser se plasma en algunas actitudes que “los porteños” exportan a otros países. Sus modos propios, quizá por ser una aplastante mayoría, a menudo les impiden ni siquiera considerar la posibilidad de que no sean los únicos modos. Pienso que les pasa un poco lo mismo con sus necesidades y su modo de ver la realidad. No es esto criticable, sino más bien entendible, pues cada uno se hace también de acuerdo a sus circunstancias.
Lo que está claro es que es muy difícil pensar que las necesidades ideológicas que tienen ciertos grupos en Buenos Aires, puedan generalizarse a un país tan variopinto como el nuestro.
Llegué a Buenos Aires leyendo un titular y varios tweets que se hacían eco de él, que decía: “El aborto está en las calles”. La imagen pretendía ser literaria… casi épica pero yo no podía dejar de pensar qué pasaría si se tratase de una imagen real, cómo serían esas calles: abortos en las veredas, bebés destrozados, restos ensangrentados, llantos desgarradores, miradas oscuras, olor putrefacto… ¿en qué momento esto podía haberse convertido en una imagen inspiradora?
Me sonaban, al llegar, mirando el Río de la Plata, las melodías de los tangos que pintaron para siempre en el ser argentino una imagen de nuestra capital, unida a sus calles. Cuánto distaba ese titular de aquél “Caminito que todas las tardes feliz recorría cantando mi amor”. Y que envilecida quedaba aquella imagen de la ciudad bajo la cual “no hay desengaños, vuelan los años, se olvida el dolor” de “Mi Buenos Aires querido”.
Pensaba, por otro lado, en las calles de Salta, que había dejado atrás, tan llenas de vida a pesar del calor del verano. El verde vibrante en los árboles todos floridos y en los cerros, transmitiendo un fuerte mensaje de vida y esperanza. Las calles con su gente de siempre: el José del Almacén, la Margot, el “Flaco” cuidando los autos, Doña Laila en la vereda, los vecinos que empiezan las clases el lunes, Carlitos que siempre está para echarte una mano… y también los que llegan con sus preocupaciones y sus necesidades y tocan a la puerta y te cuentan que se viene un nuevo changuito, y preocupa, porque no alcanza para parar la olla… pero ahí estamos, para escuchar, para ayudar y para celebrar, porque cada vida trae sudor y preocupación, pero es, por sobre todo, una gran bendición. Y habrá manos tendidas, y habrá alegría y habrá bautizo.
Es cierto que en la misma Salta, a poca distancia, no hay ni siquiera calles para contar la historia. Y en la Quebrada del Toro, Anita sube sola por los senderos del cerro, cargando la leña y el agua sobre sus hombros cansados para llevarle a sus hijos. Y en el Norte las condiciones son aún muy precarias y las familias no tienen lo necesario para escapar de la desnutrición y llevar una vida digna, a pesar del trabajo y el desvelo de muchos. Cuántas políticas públicas les debemos.
Lo cierto es que nadie en las calles ni en los senderos está pidiendo aborto. Si el aborto ocurrió u ocurre, es parte de un capítulo oscuro de miseria y desesperación que todos querrían superar o más bien, no haber transitado nunca.
Me animo a decir que la realidad de mi provincia se repite en casi todas las provincias del país. Si tuviéramos que ponerlo en colores, diría que en las provincias todos somos celestes, hasta que no se demuestre lo contrario. Quizá porque al interior le es más fácil resguardarse de las decadencias de las grandes urbes, donde los valores humanos más fundamentales se esfuman en la vorágine de las masas. En la Argentina profunda no se troca con tanta facilidad el retroceso en progreso y el crimen en derecho.
Encontré también en las calles de Buenos Aires cientos de historias con rostro y con alma. No encontré cementerios de miles de mujeres muertas por abortos. Encontré mujeres preocupadas y ocupadas, aunando esfuerzos para ayudarse y para defender lo que más quieren: sus hijos. Encuestas contundentes me hicieron conocer a las mujeres de las zonas más pobre de Buenos Aires: no quieren el aborto, defienden la vida. El verde en Buenos Aires también es vibrante, también es esperanzador…. no es sólo un pañuelo enviado por una campaña internacional. Me preguntaba entonces, ¿en qué calles está el aborto?
Hasta que finalmente lo encontré. No era real (¡gracias a Dios!). No era salud pública. No era clamor de mujeres necesitadas de matar a sus hijos. Estaba ahí. Financiado por una ONG extranjera, llamada “Amnesty International”, que recibe jugosos fondos de IPPF, la gigante abortista. Cubría una extensa esquina de un hermoso edificio de la ciudad, en las manos del progre de Rodriguez Larreta. Pedía el aborto usando el color verde y la percha, lo mismo que usó en la contratapa del New York Times el histórico día en que Argentina en el Congreso rechazó la Ley de aborto. Pide el aborto de argentinos, en diarios extranjeros y con fondos extranjeros…
“Las calles” que estas organizaciones encuentran como eco de su capricho no son las calles reales de Buenos Aires, ni las del interior, ni mucho menos su gente. Las calles en las que está el aborto son, en realidad, grupos ideológicos con grandes y caras necesidades, como los grandes canales de televisión y el colectivo de actrices argentinas. También los programas de gobiernos progres y berretas que temen dar la batalla cultural. El Inadi, que todos financiamos y que desprecia a los niños y a la mujer argentina. Y también algunos los políticos, alejados del respeto por las Instituciones y seducidos por el negocio de la muerte.
Lo cierto es que el aborto no está en las calles. Por otro lado, ¿cómo desearíamos que algo tan horrible y tan doloroso para la madre y para el niño que muere, esté en nuestras calles? ¿Cómo algo que deseamos que NO suceda, sería bueno que esté en las calles? ¿Eso vamos a proponer a nuestros jóvenes? ¿Vamos a desoir a todos los que sí están en las calles y necesitan y piden otra cosa?
El sólo hecho de haber banalizado el valor de la vida humana hasta este punto, nos está distrayendo de lo que somos y queremos ser como país. Es tiempo de conocer realmente qué es lo que está en las calles y en los corazones de los argentinos. Es tiempo de hacer leyes de argentinos, para todos los argentinos y dejar de mirar las esquinas decoradas con financiamiento e intereses extranjeros. Volvamos la mirada a nuestras calles reales, y dejemos de lado la hipocresía, como pide el Presidente.