Empresas y gobiernos han invertido durante décadas en tecnologías que manipulan el clima: desde la primera máquina creada en 1946 para “fabricar” nieve artificial hasta los drones que “producen” lluvia en Dubai, pasando por las mezclas químicas que usa China para “sembrar” nubes. Si hay algo peor que el exceso de agua, es su falta.
El agua es un recurso natural, renovable e insustituible. Natural porque se produce sin intervención del ser humano; renovable porque a través del ciclo hidrológico de evaporación, condensación y precipitación se regenera; e insustituible porque es un elemento vital que aún no se ha conseguido crear desde cero. Pero en el último tiempo, también se reveló como un recurso finito: sus ciclos de regeneración están siendo superados por la velocidad de extracción.
Según indica FAO en su informe sobre temas hídricos, en el siglo XX el consumo mundial de agua creció a un ritmo acelerado, dos veces más rápido que el aumento de la población en el mismo periodo. ONU Hábitat ya había advertido en 2019 que una de cada cuatro ciudades en el mundo se encuentra en regiones donde la demanda de agua es superior a la disponibilidad, y sus pronósticos anticipan que para 2025 dos tercios de la población mundial vivirá en zonas afectadas por el “estrés hídrico”. Es decir, dentro de cuatro años, más de 5 mil millones de personas en el mundo se verán afectadas por su escasez.
Para reducir el impacto de la falta de agua sobre actividades que dependen fundamentalmente de ella, como la agricultura, las empresas y los gobiernos han invertido durante décadas en el desarrollo de tecnologías de modificación meteorológica.
El primer desarrollo data de 1946, cuando el químico y meteorólogo norteamericano Vincent Schaefer logró producir nieve artificial en un laboratorio de General Electric. Aunque su intención original era generar un descenso fuerte de la temperatura, cuando introdujo un trozo de hielo seco en un congelador, Schaefer descubrió que podía formar una nube de cristales de hielo a partir del agua enfriada.
El 13 de noviembre del mismo año, llevó su experimento a territorio: desde un avión sembró hielo seco en una nube ubicada al norte del estado de Nueva York y desencadenó una nevada. Ese hito dio inicio a Cirrus, un proyecto dirigido por el científico y premio Nobel de química Irving Langmuir, cuyo propósito era modificar el clima.
Experiencias similares comenzaron a repetirse y, desde entonces, se multiplicaron las empresas que se dedican a la modificación del clima mediante la siembra de nubes. Reunidos en la Asociación de Modificación del Clima, estos emprendimientos definen a la siembra de nubes como una “técnica de manipulación meteorológica que consiste en alterar, mediante bengalas pirotécnicas y/o generadores de combustible líquido, nubes individuales o sistemas de nubes para favorecer las precipitaciones”.
Emiratos Árabes y China combinaron este procedimiento con tecnologías actuales, pero mientras el primero optó por el uso de drones que generan descargas eléctricas en alturas; China está construyendo una red terrestre de generadores de yoduro de plata, cuyas partículas en el aire formarán cristales y desencadenará precipitaciones, según informó el periódico local South China Morning Post.
El 2 de diciembre de 2020, el Consejo de Estado de China había anunciado a través de un comunicado, un plan de tres etapas para desarrollar un sistema de modificación del clima. La primera, tiene como objetivo que para 2025 “el área afectada por las operaciones de aumento de la lluvia (o nieve) artificial llegue a los más de 5,5 millones de kilómetros cuadrados”. En una segunda etapa, también para 2025, proyecta que “el área protegida por las operaciones de prevención de granizo llegue a más de 580.000 kilómetros cuadrados”. Y por último, para 2035, se espera que la innovación en investigación y tecnología claves permita alcanzar un “nivel global avanzado” y mejorar “la prevención exhaustiva de los riesgos de seguridad”.
Emiratos Árabes, que registró su verano más caluroso este año con picos de 51ºC según informó el Centro Nacional de Meteorología emiratí (NCM), utilizó drones que provocan lluvia mediante la aplicación de descargas eléctricas en las nubes, sin necesidad de utilizar compuestos químicos.
Esta solución, que formó parte de las conferencias durante la Cop26 en Glasgow, arrojó buenos resultados. El Centro Nacional de Meteorología informó que se registraron precipitaciones en Abu Dabi, Dubai y Sharjah, publicó un video sobre cómo varios vehículos conducen bajó la lluvia artificial y emitió alertas meteorológicas por vientos de hasta 40 km por hora.
A la par crecen las suspicacias ante semejantes inversiones en proyectos de ingeniería climática, un artículo publicado en la revista especializada New Scientist reproduce datos de una investigación reciente que verifica que la siembra de nubes puede aumentar las precipitaciones pero en niveles inferiores al 10%, y demanda grandes cantidades de energía como para volverla una modificación sostenible y a gran escala.
Se dice que el agua es para la geopolítica del siglo XXI lo que el petróleo fue para el siglo XX. ¿Será la lucha por el agua el próximo conflicto planetario? ¿Las tecnologías de manipulación climática serán sus instrumentos?