El viaje de Lula a China y los Emiratos, el de Celso Amorim a Rusia y el de Sergei Lavrov a Brasil pusieron al Planalto en el centro de la cancha y nos fuerzan a repensar nuestra ubicación.
Los simultáneos viajes del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva a China y a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y de su asesor para asuntos estratégicos, el excanciller Celso Amorim, a Rusia, así como la actual visita a Brasil del ministro ruso de Asuntos Exteriores Sergei Lavrov están moviendo entre la semana pasada y la actual todas las piezas del tablero mundial. “Brasil está de vuelta” proclama su presidente. En la cabina de mando, puede añadirse. Este salto de nuestro vecino del banco de suplentes a la delantera del equipo que pretende ganar el campeonato tiene consecuencias para toda la política mundial, pero especialmente para nosotros, sus vecinos y socios más antiguos.
El ministro de Relaciones Exteriores brasileño, Mauro Vieira, recibe este lunes a su par ruso, Sergei Lavrov, para abordar la guerra en Ucrania y el comercio bilateral. La visita de Lavrov a Brasil se enmarca dentro de una gira que, además, lo llevará a Venezuela, Cuba y Nicaragua. Brasil mantiene una posición neutral sobre la guerra en Ucrania y ha defendido en foros internacionales y contactos bilaterales con otros líderes “el cese inmediato de las hostilidades” para alcanzar una “solución pacífica negociada”.
La llegada de Lavrov estuvo introducida por unas declaraciones del presidente Lula que suscitaron polémicas en el exterior e interior de su país. El mandatario brasileño, que la semana pasada estuvo de visita en China y Emiratos Árabes Unidos, afirmó el sábado desde Pekín que Estados Unidos debe dejar de “incentivar” la guerra en Ucrania y “comenzar a hablar de paz”.
El presidente brasileño visitó China y los EAU en el marco de una gira dirigida a que “Brasil vuelva al mundo”. Durante su etapa en Pekín y Shanghái, Lula advirtió que nadie le puede impedir concretar negocios con el gigante asiático, pidió que el dólar no sea la única moneda de las transacciones internacionales, criticó al FMI y reclamó a Washington y sus aliados que dejen de enviar armas a Ucrania e incentivar así el conflicto. Consciente de las repercusiones que tuvieron sus manifestaciones, el presidente tranquilizó: “No necesitamos romper y pelearnos con nadie para mejorar. Brasil tiene que buscar sus intereses, lo que necesita y hacer acuerdos posibles con todos los países”. Este domingo, desde Abu Dabi, insistió en esas críticas al señalar a EE.UU. así como a la Unión Europea (UE) por estar “contribuyendo” a la continuidad de la guerra.
La etapa en el Golfo Pérsico no fue casual. Desde 2008, los EAU están entre los tres principales socios de Brasil en Oriente Medio y en 2022 fue el principal destino de las exportaciones brasileñas entre los países árabes. El comercio bilateral entre Emiratos y Brasil ascendió en 2022 a 5.768 millones de dólares, un 74,5% más que el año precedente, con un superávit de 740 millones a favor de Brasil. De los 3.254 millones de dólares facturados el principal producto de exportación del país sudamericano fue la carne de pollo (29% del total), seguida por el azúcar (14%), el oro (14%), la celulosa (8,2%) y la carne bovina (8%). Por el lado de las importaciones, el 89% del valor total correspondió a la compra de petróleo y materiales bituminosos derivados de los hidrocarburos.
El encuentro del presidente Luiz Inacio Lula da Silva con el presidente chino Xi Jinping tuvo más repercusión en los medios estadounidenses que su reunión con el presidente estadounidense Joe Biden en febrero pasado. A nadie escaparon los símbolos que rodearon la reunión entre ambos: dos largas mesas enfrentadas en el Gran Salón del Pueblo y un mandatario chino que trató a su par brasileño de “mi querido amigo”. Lo puso a su altura y afirmó la relación entre ambos países en la amistad entre ambos, una categoría que el jefe chino usa muy raramente. El hecho es que Brasil ha vuelto al primer plano de la escena internacional.
Por su parte, los cancilleres Vieira y Lavrov también conversarán sobre “el potencial de la asociación estratégica entre Brasil y Rusia, establecida hace más de 20 años, y las perspectivas de cooperación en áreas de interés común”, de acuerdo con la información oficial. En este sentido, buscarán estrechar la relación en “comercio e inversiones, ciencia y tecnología, medio ambiente, energía, defensa, cultura y educación”, así como “fortalecer el diálogo político” sobre temas bilaterales, internacionales y regionales. Rusia es el principal proveedor de fertilizantes del sector agrícola brasileño, que tiene China como destino más importante de sus exportaciones. En 2022 el comercio entre Brasil y Rusia alcanzó el récord histórico de 9.800 millones de dólares.
Luego de haber ocupado con Dilma Rousseff la presidencia del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, por su nombre en inglés), el Banco del BRICS, el gobierno brasileño está trabajando intensamente en la elaboración de la agenda de la próxima reunión cumbre del bloque, que tendrá lugar en agosto en Johannesburgo, Sudáfrica. Para Brasil será un momento muy especial, porque el país está aprovechando el grupo de países emergentes para proyectarse como uno de los primeros actores de la política mundial. Además de avanzar hacia la desdolarización del comercio intrabloque, en la cumbre de Pretoria deben incorporarse al grupo Argentina e Irán. Con la adhesión de nuestro país Itamaraty aumenta su peso específico presentándose como líder de América del Sur y se coloca a la par de Rusia y China como líderes de Eurasia.
Este ascenso en la posición internacional de nuestro vecino necesariamente debe incidir sobre la política exterior argentina. Atado por la deuda contraída por Mauricio Macri y ratificada por Alberto Fernández, nuestro país se ha vuelto extremadamente dependiente de los Estados Unidos. No obstante, éstos sólo pueden ofrecernos sus buenas gestiones para que el Fondo Monetario Internacional no nos suelte la mano, ni comercio ni inversiones productivas. A cambio de sus buenas palabras estamos incumpliendo viejos acuerdos con China cuya vigencia aportaría 20 mil millones de dólares a nuestras cajas y obras de infraestructura que potenciarían enérgicamente nuestro desarrollo autónomo.
Los dirigentes norteamericanos saben que no pueden dejar caer a nuestro país, pero sólo ofrecen promesas y amenazas. Por eso han entrado en pánico. La sucesión ininterrumpida de visitas de funcionarios estadounidenses de primera línea a nuestro país evidencia su temor de que Argentina caiga en el abismo de la hiperinflación y macrodevaluación, por un lado, o recurra al sostén de China por el otro. Pretenden que sigamos caminando por el filo de la navaja sin salida a la vista.
Lula da Silva asumió su tercera presidencia en condiciones de debilidad extrema: la mayoría de su gobierno es conservadora, el Banco Central –completamente independiente- sigue férreamente los dogmas neoliberales, la mayoría de los congresistas son conservadores o reaccionarios, el poder judicial, así como lo sacó de la cárcel, está dispuesto a hundirlo en cualquier momento y los militares ven en el presidente un comunista al que es preciso volver a meter preso.
Ante este panorama, el veterano mandatario eligió el camino de lo que el teórico italiano Antonio Gramsci llamaba “la revolución pasiva”: tras la derrota de los alzamientos revolucionarios de 1848, escribía el maestro en la cárcel, tanto el canciller prusiano Otto von Bismark como el piamontés Conde de Cavour entendieron que la unificación nacional de sus países sólo se alcanzaría con la diplomacia y la guerra. Así, con las unidades estatales de Alemania e Italia forjaron el marco para que se pudieran desarrollar las respectivas revoluciones burguesas y avanzara el liberalismo.
Lula está haciendo lo mismo: ante el bloqueo que el poder reaccionario impone a las reformas estructurales que Brasil necesita, el líder incluye a su país con un rol dirigente en la nueva arquitectura que China diseñó para el BRICS y el Sur Global. Moviendo a su patria de lugar, el presidente brasileño está reordenando la economía y la política interna.
Esta nueva instalación de Brasil en el mundo va a tener inmediatas consecuencias en la región. La vinculación de nuestro vecino a la dinámica de crecimiento del BRICS y, especialmente, de China aumenta sus ventajas competitivas en desmedro de socios sólo vinculados a Occidente, como Argentina. A pesar de que faltan sólo ocho meses para el cambio de gobierno, es demasiado tiempo para seguir temblando sobre el filo de la navaja. El gobierno argentino tiene miedo de que cualquier aproximación a China irrite a la Casa Blanca, pero, ante el acercamiento chino-ruso-brasileño está arriesgando que nos quedemos fuera de la corriente principal de crecimiento de la economía mundial. ¿Qué hacer? Como dijo el presidente Lula, no hace falta pelearse con nadie para afirmar los propios derechos. Plegándonos a Brasil podemos entrar al BRICS y acceder a los créditos baratos que nos dé la presidenta de su Banco, una amiga de la casa. En la política mundial nada es blanco ni negro. Andando callado, se pueden recorrer muchos caminos a la vez y también llegar a la meta.
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