Sin embargo, y siempre tratando de interpretar el programa económico que la Casa Rosada tiene en marcha, hay al menos dos dinámicas -además del dramático cuadro social y la erosión de los salarios- que podrían eclosionar el esquema planteado.
Dólar, devaluación y FMI
El primero es el dólar: el Gobierno debutó con una devaluación que propuso un salto para el dólar del 118%, pero el impacto de esta y otras medidas le fue cercenando la “competitividad” de esa paridad cambiaria al punto tal que en poco más de 30 días estará, en términos reales, con un dólar, de nuevo, en los mismos niveles. Si bien el BCRA fue sumando reservas hasta superar los u$s 10.000 millones del acumulado (aún son negativas), esto podría derivar en una nueva devaluación que vuelva a generar un fogonazo inflacionario. Hay ahí algo que no se ha dicho hasta ahora: el FMI ha insistido la última semana en que, para facilitar los u$s 15.000 millones restantes del programa, que podría impulsar la unificación cambiaria y el levantamiento del cepo, el BCRA debe reposicionar las cotizaciones. Sin devaluación, no hay dólares. El tipo de cambio real se encuentra ya por debajo del recomendado por Georgieva & Co. Con una devaluación administrada que pedalea a una velocidad del 2% mensual (crawling), la inflación se desplaza al 15% llevando a una apreciación rápida. Este diagnóstico cabe, incluso, a los tipos de cambio efectivos superiores al oficial como sin el importador (suma impuesto PAIS de 17,5%) y exportador (80% al oficial-20 CCL). Lo mismo aplica para un sector de los agroexportadores, que evalúan la próxima liquidación.
Recesión y nuevo ajuste
La otra dinámica fallida es la del déficit cero. Al buscar quitarle presión a la inflación generada por la devaluación y el reacomodamiento de los precios relativos, el ministro Caputo ha inducido a una recesión que está en vías de transformarse en depresión económica. La resultante es una caída en el nivel de recaudación que lógicamente le agrega un desafío al Gobierno cada vez que quiera registrar un nuevo superávit financiero. En los hechos, el Gobierno debe hacer nuevos recortes y ajustes para acomodarse a los menores ingresos fiscales. ¿Qué futuro puede tener esta ecuación si el Gobierno debe cederle los recursos que le corresponden a las provincias y que le han servido hasta aquí para llegar al superávit? ¿Qué superávit podrá conseguir el Gobierno si deberá, tarde o temprano, girarles recursos a jubilados y pensionados que hasta ahora han representado más del 35% del ajuste realizado?
El presidente Milei se ha mostrado como un político distinto, un rara avis que busca permanentemente embanderarse en una ideología anarco-capitalista, pero que no tiene método alguno o, en todo caso, profesa todos los métodos: cualquiera le viene bien con tal de conseguir lo que busca. Es un experimento a cielo abierto que cuenta con el beneplácito de un sector de la dirigencia política -sabedor de que había que poner las cuentas públicas en orden- pero que desconoce hasta dónde puede llegar en esa porfía que es, en palabras del primer mandatario, desarmar y desfinanciar al Estado, pero desde adentro. En última instancia el objetivo ulterior queda claro: el retroceso del estado de bienestar o lo poco que quedaba de él en un país con serios problemas de pobreza y desigualdad. He ahí otro de los interrogantes que plantea el futuro.