Mujica advirtió sobre los movimientos “fascistoides” que aparecen en América Latina “con un grado de pureza anticorrupción y terminan siendo más corruptos”. A continuación, los principales tramos de la entrevista que brindó a Ámbito Financiero.

Periodista: Usted tiene una larga trayectoria en democracia. Fue diputado, senador, ministro y presidente. ¿Cómo encara su nuevo rol en el Parlamento y a qué proyectos va abocarse?

José Mujica: Es complejo. Por ahora estoy funcionando de cartel. Es decir, la vida pasa, la individual, la de las generaciones, y las causas quedan y por lo tanto hay que pensar en esas nuevas generaciones que levantan viejas banderas en tiempos distintos. Este es un país socialmente muy conservador. En política sucede que todo el mundo habla de renovación, pero si no hay un viejo que ponga la “caripela”, no hay lugar para la barra joven. Es como si el papel que nos queda es el rompehielos para ir abriendo camino. En parte estoy haciendo eso y en parte tengo unas ideas en el campo del pensamiento que vale la pena sembrarlas y pelearlas. Creo que el mundo está viviendo algo que se podría llamar neocolonialismo corporativo. Ya no son los países los que conquistan territorio, ahora los núcleos de capital colocan su esfuerzo en puntos geográficos rentables, como América Latina.

P.: El Parlamento uruguayo cuenta con una mayoría conservadora y varios de sus exponentes deslizaron la posibilidad de dar marcha atrás con algunos de los proyectos que fueron aprobados durante su mandato, como la legalización del aborto y la marihuana. ¿Qué piensa de eso?

J.M.: Todo eso puede pasar. Nunca hay un triunfo definitivo en la vida. Yo no comulgo con la definición de izquierda y derecha tradicional surgida de la Revolución Francesa. Para mí, la historia humana es un duelo permanente entre una pata conservadora y una pata progresista de cambio. Como tal, todas las victorias y las derrotas son transitorias. Nosotros, los que nos podemos llamar progresistas, debemos contribuir al avance de nuestra civilización. De vez en cuando se nos rompen algunos escalones y hay que reconstruir. Pero de ninguna manera llegamos al fin de la escalera y a un mundo perfecto, utópico.

P.: Durante los quince años de gobiernos del FA, el crecimiento fue sostenido, mejoró la renta per cápita, la economía se mantuvo estable pese a las turbulencias extranjeras y hubo avances en materia de derechos humanos. Sin embargo, el oficialismo perdió en este proceso un importante caudal de votos. ¿A qué lo adjudica?

J. M.: Una cosa es mejorar y tener mejores consumidores. Y otra cosa es aumentar el caudal de ciudadanía y conciencia. Estoy seguro de que hay mucha gente que considera que sus logros son producto de su esfuerzo personal o de Dios, pero no lo ligan a las decisiones políticas. Y esa es parte de nuestra impotencia. O, tal vez, el éxito es la cultura subliminal de la época que nos toca vivir, que confunde la felicidad con comprar cosas permanentemente. Y nos transforma en voraces compradores. Como se dice en criollo, el piojo resucitado es insoportable.

P.: ¿Cuál es la autocrítica que le cabe al Frente Amplio?

J.M.: Yo no niego el retroceso en el electorado. Seguramente hubo fallas de la comunicación y en el proceder humano. Pero no voy a entrar en eso. Lo voy a hacer en un año porque sencillamente en los momentos de fracaso no se hacen esos balances. Sirve sólo para picarte el ombligo. Yo tengo unas ideas, pero si nos empezamos a pasar factura, la izquierda se divide y la derecha se agrupa por interés.

P.: Lula da Silva afirmó que Evo Morales no tendría que haberse presentado y debería haber nombrado a un sucesor. ¿Por qué los líderes de la izquierda latinoamericana encuentran tan difícil hallar quién los reemplace?

J.M.: A Evo lo obligaron a presentarse porque los del MAS no se podían poner de acuerdo en un sucesor. Mi amigo Lula dijo que Evo cometió un error cuando buscó un cuarto mandato como presidente. El error no es de Evo, es de su disciplina partidaria. Desgraciadamente, cuesta conseguir un líder. La desgracia es que Bolivia tiene litio. ¿Cómo la cultura occidental va a permitir que un indio maneje el combustible del futuro de la humanidad? Él presenta un proyecto para manejar esos yacimientos y arregla con los alemanes, los chinos. Mirá la utopía de Evo: él quería que Bolivia hiciera las baterías. ¿Cómo los occidentales cristianos iban a permitir semejante revolución indígena?

P.: La presidenta de facto en Bolivia, Jeanine Áñez, asumió y posó para las fotos con una Biblia…

J.M.: Es una indígena traidora. Mirale la facha. Tiene una pinta de india bárbara, toda teñida, occidentalizada.

P.: Como sucedió con Áñez, también hay un crecimiento de los sectores políticos evangélicos en América Latina, cuyo máximo referente es Jair Bolsonaro. ¿Le preocupa el crecimiento de su influencia?

J.M.: No me preocupa el avance evangélico, sino el paquete con el que viene asociado. No soy creyente, pero soy amigo del Papa. Para mí es un hombre, no es el enviado de Dios. Respeto a todas las religiones. Pero cuando traspasan o utilizan sus creencias para organizar al mundo, ahí tenemos una discrepancia.

P.: Una de las sorpresas de la primera vuelta fueron los 11 puntos que obtuvo el exjefe del Ejército, Guido Manini Ríos…

J. M.: Son estas cosas que aparecen como restauradoras. Vamos a tener que lidiar con esa realidad. Llevo 71 años de militante, ¡si habré perdido! Lo imposible cuesta un poco más.

P.: ¿Apoya la idea de que existe una práctica lawfare encabezada por de la derecha contra dirigentes de la izquierda latinoamericana?

J.M.: Se está haciendo todo lo posible para politizar la justicia. Es parte de los síntomas conservadores. En nombre de la pureza, las posiciones no son conservadoras, sino más reaccionarias. Yo quiero separar las dos ideas. El conservadurismo cumple una función humana. No se puede cambiar todos los días porque, si no, es una locura; tiene una cuota de racionalidad. Pero los reaccionarios, cuando se cierran, transforman el no cambio en mitología. Entonces aparecen categorías, volver a la Patria, a la familia, a Dios. Todas las formas fascistoides se presentan con un grado de pureza anticorrupción y después terminan siendo la cosa más corrupta que puede haber y ataca a la Justicia. Hay una persecución. Se convierte en una cosa grandilocuente y aparecen los salvadores. Yo viví atrapado en las entrañas de los militares y conozco sus vanidades. Esa es la ventaja de conocer al monstruo por dentro.